12 RAZONES PARA
QUEDAR A COMER CON UN AMIGO
La semana pasada por fin conocí
en persona a Mediotic (chicas, es un partidazo y gana mucho en persona).
Quedamos en Madrid para comer. A las 2 y media por Plaza Castilla concretamos
después de unos cuantos wassaps. Comimos, charlamos, reímos (sobre todo cuando
recibió una llamada de Oscar Ray, y nos dijo indignado que éramos unos cabrones
por estar de comida sin él, mientras tenía que estar aguantando a una panda de
retarders - y cito textualmente-), contamos cosas de nuestras vidas, de
nuestros trabajos, de nuestros compañeros… en fin, avatares en general
amenizaron nuestra comida: ensalada, huevos revueltos y emperador que no
llegaba ni a trucha. Pero eso era lo de menos. El caso era compartir el tiempo
con un amigo. A los pocos días de esto que os relato, barruntaba yo en tren
(todo lo que puede barruntar un despojo humano que se ha levantado a las 5 de
la mañana) lo que echaba de menos esas comidas con amigas y amigos, que hacía
como “cita obligada” cuando vivía en Ferrol los miércoles y viernes. Y pensé en
cuáles podían ser esas razones que nos llevan a disfrutar tanto de una comida
con uno o varios amigos, y porqué se puede llegar a tener hasta mono de ellas.
Y así, casi sin pensarlo, me topé con estas 12:
1. Las risas
Las risas están
garantizadas, sin duda. Os sonreís nada más veros. Os sonreís cuando pedís al
unísono ¡una caña! nada más apostaros en la barra… Se cuentan historias, se
hacen bromas, se hablan de cosas que ya pasaron o que están por llegar: ¿recuerdas
aquella noche que me subí a la barra del pub cuando pusieron la canción de Lady
Mermelade…? Risas mil.
2. La conversación
Da igual que se hable
de chorradas o de temas trascendentales, el caso es que nadie mejor que ese
amigo para hablar de todo y de nada. El tiempo se te pasa volando. Tu comida se
ha enfriado porque ni cuenta te habías dado de que estaba allí, humeante,
delante de tu hocico, mientras charlabas absorto de lo que te mola la serie
Sons of Anarchy y que si no la ve será un mierder forever.
3. Las anécdotas
Está claro que las habrá
por doquier. Anécdotas del cole, del insti, del curro, de las fiestas del
pueblo, del viaje a Dublín, o esa vez que salisteis en navidad y tu colega se
cayó, cuan largo era en la acera, y que tú de la risa no podías ayudarlo, y al
final te tiraste al suelo por solidaridad y os pasasteis allí tirados unos 10
minutos descojonados de la risa mientras la gente pasaba y os miraba atónita…
que mejor terapia para todo que unas buenas risas con un colega mientras pedís
una segunda botella de vino.
4. El gabinete de psicología
¿Quien mejor
para aguantar tus paranoias y tus quebraderos de cabeza que tu amigo/hermano?
Él te conoce mejor que si te hubiera parido, y sabe cómo eres, no como los
demás creen que eres. Él te conoce en lo bueno y en lo malo, en las duras y en
las maduras; en tu auge y en tu declive; conoce tus puntos fuertes y tu talón
de Aquiles; te ha visto llorar y ha llorado contigo, te ha visto reír y ha
reído contigo… Y lo mejor de todo es que ¡es recíproco! Soltáis allí todas
vuestras mierdas y os volvéis a casa como si os hubiesen quitado una losa de
encima.
5. Los recuerdos
Estos podrían ir en el
punto 3, pero he querido puntualizar un poco más. En las anécdotas todo lo que
allí se cuenta es más distendido. Pero con los recuerdos, nos ponemos más tácitos
y profundos. Apoyamos nuestra cabeza en la mano, perdemos la mirada en el
infinito y ponemos un tono más grave mientras hablamos en, casi, un susurro ¿Recuerdas
cuando hice más de 700 kilómetros en tiempo record para ir a tu boda y llegué
de puto milagro? Sí claro, aún hoy te lo agradezco de corazón. Sin ti habría
faltado algo. Las conversaciones adquieren un cariz más nostálgico.
6. Las confidencias
Este momento suele
llegar tras pimplarse la primera botella de vino y estás pidiendo la segunda,
porque vas a ponerte de lo más solemne. Esperas a que el camarero descorche la
botella, llenas la copa de tu colega y luego la tuya; hueles el vino y le das
una vueltas en la copa. Haces una pausa dramática mientas inicias el primer
sorbo, te inclinas sobre la mesa y le haces un gesto a tu amigo para que haga
lo mismo. Se baja el tono y se habla de cosas que nos asustan, que nos agobian,
que nos quitan el sueño… la casa, la hipoteca, los hijos, los padres, el
recuerdo del primer amor… Tras eso te das cuenta de que empiezas a estar medio
tajado.
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Dedicatoria de un libro que regalé a mi amigo Miguel en su cumple, tras muchos años sin vernos |
7. El chismorreo
Sea hombre o mujer la
persona que está contigo ese día, sean unos o sean varios, tarde o temprano
alguien salta con algún chismorreo. Tú, que no eres muy de cotillear, ese día
sacas tu lado marujo para ponerte a la altura de los archivos secretos que pronto
te serán revelados, y pones las orejas muy atentas a la historia que tu amigo
te cuenta de que el pivón del instituto se quedó embarazada con 19 años y ahora
es una gorda, fea y amargada. ¡Chismorreo sano!
8. La complicidad
Nadie tiene el grado de
complicidad que se tiene entre ciertos colegas, nadie… ni Son Goku con la Nube
Kinton. Uno termina las frases del otro, os entendéis con una mirada o con un
gesto; tú no pides huevos porque sabes que de pequeño se los hicieron
aborrecer; y él te ha traído desde Nueva Zelanda una camiseta de tu equipo de
rugby favorito, los All Blacks. Puede haber más de 5 minutos de silencio que
nadie se sentirá incómodo. Y aunque esa comida sea después de años de la última
vez que os visteis, os ponéis a charlar como si hubieseis estado ayer juntos.
9. El momento
Da igual que el tiempo de
la comida sean 30 minutos de una caña, un pincho y un cigarro; o una comida de
varias horas, con postre, café, copa y puro.
Ese momento es como agua de mayo para ti. Sin tensión, sin normas, sin tapujos.
Sois vosotros mismos, brutalmente honestos y que jodan al mundo.
10. La comida
La comida en sí es una
excusa. Es forzar un compromiso para quedar, para verte con tu colega. Pasados
los años no recordarás qué comiste o dónde, pero si recordarás el “buenrrollismo”
que hubo allí durante unas horas, ese subidón de endorfinas con el que te vas
caminando para tu casa mientras piensas con una sonrisilla de medio lado:
joder, que buen tío es y qué cabrón.
11. El café
A la hora del café, la
conversación suele tomar otros derroteros. El aire se torna de un cariz más
formal. Adoptas una pose de literato de la generación del 98, con tu café en la
mano y cigarro entre los dedos, charlando de temas trascendentales a través de
una cortina de humo. Sí, no todo va a ser decir tonterías.
12. Las copas
Si se queda con tiempo y la
comida se alarga hasta la hora de pedir copas, primero se empieza pidiendo unos
“chupitosinvitalacasa”. Luego, una vez pagada la cuenta alguien dice: joder,
esta crema de orujo está que te cagas, vamos a pedir otra ronda. Llega la
segunda ronda. Finalmente se opta por decirle a la camarera que os deje la
botella en la mesa. Alguien empieza a tirar miguitas de pan, sabes que es hora
de abandonar el local. Salís a la calle cursando el primer nivel de la
borrachera: exaltación de la amistad, cuando alguien recuerda que dos calles
más arriba hay un garito donde ponen unos gin tonics geniales… cuando miras el
reloj te das cuenta de lo rápido que ha pasado el tiempo y piensas: “creo que debería
ir retirándome”. Pero alguien grita: “Esta ronda la pago yo”; y tú demonio
interior te susurra al oído: “Para temprano ya es tarde; y para tarde aún es
temprano” Por lo que cuando te das cuenta ya tienes otro copazo en la mano y
sabes que esa noche será legendaria.
Amigos… esos hermanos no
consanguíneos que vas eligiendo a lo largo de tu vida y de tus experiencias, o
que simplemente aparecieron delante de tus hocicos y no consigues recordar
cómo, ni dónde, ni porqué.
Amigos que aparecen por muchas razones: amistad de
vuestros padres, colegio, trabajo, aficiones, etc, algunos se quedan, otros se
marchan, muchos simplemente desaparecen porque así lo quería el destino; y otros,
sin más, pasan a la categoría de “conocidos”. Pero los que se quedan, son para
siempre. Son tus camaradas, tus compañeros de armas, tus hermanos de fatigas.
No importa el tiempo que estéis separados, ni la tierra o mar que exista por
medio, la amistad, si es sincera, es perfecta.
Y como dice mi padre: “Amigos,
pocos y escogidos”