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miércoles, 11 de diciembre de 2013

ODIO LA NAVIDAD

Pues eso.  Que odio la navidad. Esos días en que hay que ser bueno, hay que amar al prójimo, hay que ser amable, desear cosas buenas a tus semejantes y tonterías varias, porque sí. Pero el resto del año tienes carta blanca para ser un auténtico hijo de la gran puta. 

No lo entiendo. Llamadme zote, lerda, cortita, pero no entiendo esta regla de tres. Todo el año siendo un jodido cabronazo, o una maldita arpía, y cuando llega diciembre empiezas a digievolucionar, para convertirte en Rainbow Brite y cabalgar  sobre el arco iris a lomos de tu blanco corcel ...

Pues una cosa le digo a todos los que cumplen con eso protocolos socialmente impuestos en estas fechas: puede que odie la navidad tanto o más que el Grinch, pero soy mejor persona que muchos de ustedes. ¿Qué porqué? Muy fácil.  Porque yo hago, siento y deseo todas esas cosas  buenas TODOS LOS PUTOS DÍAS DEL AÑO, no sólo en navidad. Yo quiero a mi familia y amigos los 365 días (y en bisiestos también). Los llamo en cualquier momento para hablar por hablar un rato; los beso o abrazo porque me sale del ciruelo; les regalo cosas por que sí, por que encontré algo y me dije “le va a encantar”, no porque me lo diga el Corte Inglés; siempre tengo buenos deseos  para ellos… Los quiero siempre, y se lo demuestro siempre, no sólo unos días al año.

 “¡Feliz navidad!” te dice un vecino todo sonriente, y tú te quedas con cara de vaca mirando un tren, porque es el mismo vecino que nunca te saluda ni en el portal del edificio, y cuando te ve por la calle cruza a la otra acera. Tú a mi no me desees nada, cabrón…valiente hipócrita.

Grandes Bud Spencer y Terence Hill
“¡Feliz Año!” Te grita una antigua compañera del instituto, que en tu vida te ha dirigido ni media palabra, desde una mesa al fondo de una cafetería cuando te ve entrar por la puerta. Se levanta, te da dos besos y se pone a parlotear de alguna gilipollez que consigo ignorar al sumirme en mis pensamientos, en los que me veo a mi misma dándole un sopapo con la mano abierta, en modo Bud Spencer, para que se calle.  Sigo mirando como mueve su boca mientras me centro en una telaraña que hay en una esquina del local mientras tarareo mentalmente alguna canción de dibujos animados (los guardianes del uuuuniveeeeerso, al triunfar el maaaal, sin dudarlo salen a combatir por un mundo ideal, caaaaaaballeros del zodiaaaaaaa-co naino naino naino) mientras ella sigue rajando, de vete a saber qué, hasta que por fin se calla, y sonríe. Sonrío y le digo: “igualmente” 

Me voy, aún canturreando en mi cabeza “caaaaaaballeros del zodia-aa-co…”  hasta que llego a mi mesa y me preguntan mis amigas: ¿quién era esa petarda? Pssss, una pringada del instituto, que desde que se fue a estudiar a Londres se cree chupi guay, moderna-gafapasta, pero sigue siendo la misma pringaílla insoportable de siempre, y hoy ha decidido ser la más guay de los guays y venir a darme la tabarra con su "feliz año"... en fin…

Es imposible andar por las calles sin que te entren instintos asesinos con tanto villancico taladrando tu cerebro sin parar, con esas vocecillas de niños repelentes, poniendo a prueba tu paciencia y tu cordura. No puedes ir a tu cafetería favorita de siempre, por que está a reventar de gente, y piensas ¿de dónde coño ha salido toda esta peña? ¿Pero vive tanta gente en este pueblo? ¿En qué caverna se esconden el resto del año? Y tú que vas todos los día a ese sitio, llueva, nieve, truene, haga calor, porque te tratan bien, el café te lo ponen como a ti te gusta y siempre cruzas algún chascarrillo con el camarero, te tienes que joder e ir a otra cafetería que, después de 5 minutos allí, decides poner en tu lista negra porque no te gusta nada, donde el café es como agua de lavarse los pies y el camarero es un borde de mierda que huele a sudor (ahora comprendes el motivo de haber encontrado sitio ahí...) Y todo esto porque es navidad y la gente de los cojones ha salido a impregnarse del espíritu navideño… Si realmente hay un espíritu de algún tipo del que impregnarse, seguro que también pilla cobertura en tu puta casa.

Eres cliente habitual de la tienda X, una papelería, por ejemplo, entras a comprar un sencillo lápiz y ¡no hay! ¿QUEEEEEEE? ¿Pero qué coño…? Todo arrasado, como si Atila hubiese pasado por allí (varias veces, ida y vuelta). Vas a la tienda de al lado, y lo mismo. Te quedas en medio de un pasillo revisando por enésima vez las estantería a ver si por casualidad ha quedado alguno, aunque esté sin punta, y te ves a ti mismo como Charlton Heston al final de la peli del planeta de los simios gritando ¡NOOOOOOO! ¡MALDITOS SEAIS!

Stephen Boyd como Mesala
Estás en casa tranquilo, y sale tu madre de la cocina y anuncia: “se me ha acabado la harina” Tú la miras con ojos entornados, retándola, en modo: estoy-en-zapatillas-no-pienso-salir. Miras a tu padre buscando auxilio, él te mira a ti, y pone cara de “están hablando contigo” y vuelve la vista a la tele donde, por supuesto, estarán dando una peli de John Wayne. Y cuando te das cuenta estás refunfuñando en el ascensor con el monedero en la mano, sabiendo que no sólo vas a traer harina...  


Andas por los pasillos del supermercado, en modo walking dead,  buscando la condenada harina, y lo único que ves son madres locas empujando carritos rebosantes de guirnaldas y adornos  navideños embistiendo, cual malvado Mesala al sosaina de Ben Hur, a otras madres tan atolondradas como ellas. Detrás van los maridos, con cara de jabalí cabreado tironenado del brazo del hijo, que va llorando a grito pelado porque no le compran no sé que hostia… 

Finalmente encuentras la harina de los cojones, pero claro, no hay  la marca que usa tu madre. Suspiras. Coges el móvil y la llamas. Ella te mete 4 gritos, porque está estresada con la cena de nochebuena, te llama inútil, borrica, y te acaba colgando después de decirte que  cojas una cualquiera. Miras. Decides. ¡Esta! Que tiene un dibujo de un sol feliz (tiene un sol sonriendo, ¿qué puede fallar?)

 Llegas, por fin, a la caja, con tu paquete de harina, una botella de aceite y una bayeta súper absorbente y ¡HORROR! Una cola de aquí a pasado mañana, (¡mierdamierdamierda! ¡mecagoenlaputadebastos! ¡joder!) Y claro, como es navidad, y todo el mundo anda con el tiempo pegado al culo para ir a hacer al cena, o para ir a cenar a casa de la abuela; te ven con tus 3 tristes productos y hacen como que no te han visto (¡¡¡yo os maldigo hasta el fin de los días!!! ¡¡¡MWAHAHHA!!!) Te apostas en la cola y te empiezas a aburrir.TIC TAC TIC TAC… Y cuando te das cuenta vas por la letra “J”, ¿animal por J?, ¿animal por J…? ¡Jirafa! Por fin te toca. Pagas y te vas. Mientras en el ascensor topas con tu vecino, el "simpático-only-for-christmas"… y sigues a tu bola: con la K, kiwi; con la L, león…

Por fin llegas a casa. Dejas la bolsa sobre la mesa de la cocina. Bronca. ¡No dejes eso ahí que necesito sitio para las bandejas de los turrones! ¡Trae la harina! Se las das. ¡Pero qué mierda es esta! ¡Esta hace grumos! Ahora la bechamel no va a quedar bien ya verás que desastre… y dejas a tu madre despotricando de lo torpe que eres, que sólo vales para incordiar y mil cosas tan bonitas como esa. 

Esas cosas “bellas” que sólo la “bella” navidad es capaz de arrancar de las entrañas de la persona que más  te quiere del mundo y que se dejaría matar por ti, pero que hoy, para ella, sólo eres el patán “namber guan”,



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