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jueves, 16 de enero de 2014

ME HAN CAZADO


Intenté huir con todas mis fuerzas. Corrí como alma que lleva el diablo bajo las mesas, los sofás y pensé que en mi caseta estaría a salvo, pero no fue así. Corrí sobre una superficie lisa que parecía que iba hacia atrás, sentía que corría todo el rato en el mismo sitio. Pero me cazaron.






Subestimé a los humanos que me cuidan. Yo soy rápida, muuuy rápida, pero ellos son listos y muy ágiles para alguien de su tamaño. Creo que estos humanos forman parte de un grupo de élite que he oído que llaman "ninjas". 
Aunque uno de los humanos es bastante torpón, y cuando se acercaba a mis dominios tropezó con su gigante pata y comenzó a dar trompicones, mientras yo lo veía caer lentamente sobre mi cabaña de madera para el invierno, ¡JAJAJA! Que inútil. 
Al final me vi acorralada y me tuve que rendir. He de decir que, no sin antes, dar unas cuantas coces y varios mordiscos.








Finalmente fui atrapada y me llevaron a mi patíbulo personal: el baño. Los pérfidos ninjas me iban a bañar. Cabrones... No me gusta un carajo pero, según decía uno de ellos, era necesario porque "tenía rastas en el culo" ¿Qué hay de malo en eso? Un flequillo liso y un poco de volumen hacia la parte de atrás, muy Amy Winehouse, cool baby!

Cuando me mojan tengo una pinta horrible, parezco un puto gremlim. Lo odio. En cuanto pueda les rociaré con una meada a propulsión. 










Los muy cerdos, no contentos con bañarme, me raparon todo el culamen, y ahora me va coger el frío. ¡Malditos! Sería muy ridículo en el mundo animal ver una cobaya con el culo resfriado.

Lo del baño no es lo peor. Lo que me jode más es ese viento caliente que sale de un aparato infernal que usan para secarme. Hace ruido y molesta. Pero luego luzco fabulosa: suave y brillante. Rezumo algodonosidad 100%.





Lo mejor es la recompensa final. ¡Comida! Hablan entre ellos y llegan a una conclusión que aún no he entendido, uno le dice al otro: "dale algo de comer que la hemos puteado mucho".  No se lo que significa, pero bueno, me dan de comer y eso siempre mola.



Después del agua y del viento caliente me cubren con una piel rara (tiene rayas) de animal para que no me resfríe. 







Son unos cabrones y me putean un huevo, pero me cuidan mucho, así que les daré otra oportunidad.






lunes, 6 de enero de 2014

12 RAZONES PARA QUEDAR A COMER CON UN AMIGO

La semana pasada por fin conocí en persona a Mediotic (chicas, es un partidazo y gana mucho en persona). Quedamos en Madrid para comer. A las 2 y media por Plaza Castilla concretamos después de unos cuantos wassaps. Comimos, charlamos, reímos (sobre todo cuando recibió una llamada de Oscar Ray, y nos dijo indignado que éramos unos cabrones por estar de comida sin él, mientras tenía que estar aguantando a una panda de retarders - y cito textualmente-), contamos cosas de nuestras vidas, de nuestros trabajos, de nuestros compañeros… en fin, avatares en general amenizaron nuestra comida: ensalada, huevos revueltos y emperador que no llegaba ni a trucha. Pero eso era lo de menos. El caso era compartir el tiempo con un amigo. A los pocos días de esto que os relato, barruntaba yo en tren (todo lo que puede barruntar un despojo humano que se ha levantado a las 5 de la mañana) lo que echaba de menos esas comidas con amigas y amigos, que hacía como “cita obligada” cuando vivía en Ferrol los miércoles y viernes. Y pensé en cuáles podían ser esas razones que nos llevan a disfrutar tanto de una comida con uno o varios amigos, y porqué se puede llegar a tener hasta mono de ellas. Y así, casi sin pensarlo, me topé con estas 12:

1.  Las risas 
Las risas están garantizadas, sin duda. Os sonreís nada más veros. Os sonreís cuando pedís al unísono ¡una caña! nada más apostaros en la barra… Se cuentan historias, se hacen bromas, se hablan de cosas que ya pasaron o que están por llegar: ¿recuerdas aquella noche que me subí a la barra del pub cuando pusieron la canción de Lady Mermelade…? Risas mil.


2.  La conversación 
Da igual que se hable de chorradas o de temas trascendentales, el caso es que nadie mejor que ese amigo para hablar de todo y de nada. El tiempo se te pasa volando. Tu comida se ha enfriado porque ni cuenta te habías dado de que estaba allí, humeante, delante de tu hocico, mientras charlabas absorto de lo que te mola la serie Sons of Anarchy y que si no la ve será un mierder forever.


 3.  Las anécdotas
Está claro que las habrá por doquier. Anécdotas del cole, del insti, del curro, de las fiestas del pueblo, del viaje a Dublín, o esa vez que salisteis en navidad y tu colega se cayó, cuan largo era en la acera, y que tú de la risa no podías ayudarlo, y al final te tiraste al suelo por solidaridad y os pasasteis allí tirados unos 10 minutos descojonados de la risa mientras la gente pasaba y os miraba atónita… que mejor terapia para todo que unas buenas risas con un colega mientras pedís una segunda botella de vino.


 4.  El gabinete de psicología
¿Quien mejor para aguantar tus paranoias y tus quebraderos de cabeza que tu amigo/hermano? Él te conoce mejor que si te hubiera parido, y sabe cómo eres, no como los demás creen que eres. Él te conoce en lo bueno y en lo malo, en las duras y en las maduras; en tu auge y en tu declive; conoce tus puntos fuertes y tu talón de Aquiles; te ha visto llorar y ha llorado contigo, te ha visto reír y ha reído contigo… Y lo mejor de todo es que ¡es recíproco! Soltáis allí todas vuestras mierdas y os volvéis a casa como si os hubiesen quitado una losa de encima.


 5.  Los recuerdos 
Estos podrían ir en el punto 3, pero he querido puntualizar un poco más. En las anécdotas todo lo que allí se cuenta es más distendido. Pero con los recuerdos, nos ponemos más tácitos y profundos. Apoyamos nuestra cabeza en la mano, perdemos la mirada en el infinito y ponemos un tono más grave mientras hablamos en, casi, un susurro ¿Recuerdas cuando hice más de 700 kilómetros en tiempo record para ir a tu boda y llegué de puto milagro? Sí claro, aún hoy te lo agradezco de corazón. Sin ti habría faltado algo. Las conversaciones adquieren un cariz más nostálgico.


 6.  Las confidencias
Este momento suele llegar tras pimplarse la primera botella de vino y estás pidiendo la segunda, porque vas a ponerte de lo más solemne. Esperas a que el camarero descorche la botella, llenas la copa de tu colega y luego la tuya; hueles el vino y le das una vueltas en la copa. Haces una pausa dramática mientas inicias el primer sorbo, te inclinas sobre la mesa y le haces un gesto a tu amigo para que haga lo mismo. Se baja el tono y se habla de cosas que nos asustan, que nos agobian, que nos quitan el sueño… la casa, la hipoteca, los hijos, los padres, el recuerdo del primer amor… Tras eso te das cuenta de que empiezas a estar medio tajado.



Dedicatoria de un libro que regalé a mi amigo Miguel en su cumple, tras muchos años sin vernos





 7.  El chismorreo
Sea hombre o mujer la persona que está contigo ese día, sean unos o sean varios, tarde o temprano alguien salta con algún chismorreo. Tú, que no eres muy de cotillear, ese día sacas tu lado marujo para ponerte a la altura de los archivos secretos que pronto te serán revelados, y pones las orejas muy atentas a la historia que tu amigo te cuenta de que el pivón del instituto se quedó embarazada con 19 años y ahora es una gorda, fea y amargada. ¡Chismorreo sano!


 8.  La complicidad
Nadie tiene el grado de complicidad que se tiene entre ciertos colegas, nadie… ni Son Goku con la Nube Kinton. Uno termina las frases del otro, os entendéis con una mirada o con un gesto; tú no pides huevos porque sabes que de pequeño se los hicieron aborrecer; y él te ha traído desde Nueva Zelanda una camiseta de tu equipo de rugby favorito, los All Blacks. Puede haber más de 5 minutos de silencio que nadie se sentirá incómodo. Y aunque esa comida sea después de años de la última vez que os visteis, os ponéis a charlar como si hubieseis estado ayer juntos.


 9.  El momento
Da igual que el tiempo de la comida sean 30 minutos de una caña, un pincho y un cigarro; o una comida de varias horas, con postre, café, copa y puro.  Ese momento es como agua de mayo para ti. Sin tensión, sin normas, sin tapujos. Sois vosotros mismos, brutalmente honestos y que jodan al mundo.


 10.  La comida
La comida en sí es una excusa. Es forzar un compromiso para quedar, para verte con tu colega. Pasados los años no recordarás qué comiste o dónde, pero si recordarás el “buenrrollismo” que hubo allí durante unas horas, ese subidón de endorfinas con el que te vas caminando para tu casa mientras piensas con una sonrisilla de medio lado: joder, que buen tío es y qué cabrón.


 11.  El café
A la hora del café, la conversación suele tomar otros derroteros. El aire se torna de un cariz más formal. Adoptas una pose de literato de la generación del 98, con tu café en la mano y cigarro entre los dedos, charlando de temas trascendentales a través de una cortina de humo. Sí, no todo va a ser decir tonterías.


 12.  Las copas 
Si se queda con tiempo y la comida se alarga hasta la hora de pedir copas,  primero se empieza pidiendo unos “chupitosinvitalacasa”. Luego, una vez pagada la cuenta alguien dice: joder, esta crema de orujo está que te cagas, vamos a pedir otra ronda. Llega la segunda ronda. Finalmente se opta por decirle a la camarera que os deje la botella en la mesa. Alguien empieza a tirar miguitas de pan, sabes que es hora de abandonar el local. Salís a la calle cursando el primer nivel de la borrachera: exaltación de la amistad, cuando alguien recuerda que dos calles más arriba hay un garito donde ponen unos gin tonics geniales… cuando miras el reloj te das cuenta de lo rápido que ha pasado el tiempo y piensas: “creo que debería ir retirándome”. Pero alguien grita: “Esta ronda la pago yo”; y tú demonio interior te susurra al oído: “Para temprano ya es tarde; y para tarde aún es temprano” Por lo que cuando te das cuenta ya tienes otro copazo en la mano y sabes que esa noche será legendaria.


Amigos… esos hermanos no consanguíneos que vas eligiendo a lo largo de tu vida y de tus experiencias, o que simplemente aparecieron delante de tus hocicos y no consigues recordar cómo, ni dónde, ni porqué. 
Amigos que aparecen por muchas razones: amistad de vuestros padres, colegio, trabajo, aficiones, etc, algunos se quedan, otros se marchan, muchos simplemente desaparecen porque así lo quería el destino; y otros, sin más, pasan a la categoría de “conocidos”. Pero los que se quedan, son para siempre. Son tus camaradas, tus compañeros de armas, tus hermanos de fatigas. No importa el tiempo que estéis separados, ni la tierra o mar que exista por medio, la amistad, si es sincera, es perfecta.
Y como dice mi padre: “Amigos, pocos y escogidos”