#b-navbar { height:0px; visibility:hidden; display:none }

jueves, 26 de abril de 2012

EL COCINAR SE VA A ACABAR


Este mediodía me disponía a hacer la comida.  Puse una sartén al fuego para que se fuera calentando el aceite. Hasta ahí todo normal. Voy al baño a buscar una pinza para recogerme el pelo, y vuelvo a la cocina en seguida. Al entrar voy pensando qué voy a hacerme de segundo plato, me paro cerca de la despensa y la abro para ver si me viene la inspiración - Mmmmmm... - me quedo pensativa y de repente, ¡ZASCA! Salta el aceite hirviendo  hasta donde me había quedado plantada de pie (a unos 75 cm de la cocina, más o menos) y me da en todo el lateral del cuerpo: brazo, cuello, camiseta, pantalones... ¡¡¡ME CAGO ENNNN....!!! Rauda pongo el brazo bajo el agua fría. Pero duele, escuece, ¡joderjoderjoder! Me seco con un paño limpio y salgo cual Usain Bolt corriendo a grandes zancadas por el pasillo, en busca de una pomada apestosa pero mágica (transmitida esta útil sabiduría de madre a hija) que sé que me aliviará. La cojo, la abro, ¡plas! al suelo, -mierda, hostia, joder...- la recojo y por fin consigo untarme tooooodo el antebrazo con ella. Aaaaah, que alivio, mon dieu.

Finalmente, toda pringada del ungüento milagroso, me siento en el sofá esperando que se me pase un poco más el dolor. Frío. ¡Joder! Ahora tengo frío. Pero no me puedo poner una sudadera (qué fatiga). Bueno -pienso- alternativa: me tapo con la manta de cuadros a modo de chal de abuelita. Me la pongo sobre los hombros, me tapo el brazo sano, y el quemado lo dejo al aire. Soy un híbrido entre senador romano y highlander... qué cuadro, madre mía... Pasado un rato, lejos de la cocina, of course, y mirando de reojo y con rencor al lugar de los fátidicos hechos, sigo teniendo frío, y el brazo lisiado sigue al intemperie... ¿y ahora qué? Se me agotan las alternativas, pffff....

Por suerte A. llega al hogar (que no dulce hogar, pienso en esos momentos). Y como un niño pequeño que va corriendo a su mamá a enseñarle una chichón que se acaba de hacer al caerse del columpio, le enseño en brazo quemado y hago un puchero. Snif, snif. Sonríe, y se va al armario de las medicinas a buscar unas gasas y esparadrapo. Me hace las curas, mientras no para de mirarme y descojonarse de risa (maldito). Y así, de esta guisa, como se ve en la foto, llevo todo el día.

En fin. De ahora en adelante, como tendré que seguir cocinando (porque tengo la mala costumbre de comer, al menos 3 veces al día), lo haré con una escafandra, modo Cuba Gooding Jr en "Hombres de Honor"; o saldré a pastar al jardín que hay al lado de mi casa, y de ésto último, paso un poco, que lo verde crudo me sienta fatal.




4 comentarios:

  1. Muy bueno, ¡que te quemaras no, claro! Buen trabajo.

    ResponderEliminar
  2. Querida amiga, yo entraría dentro de tu nueva adquisición de amistades ajaja;¿grande? para mi lo eres, yo para ti, me atrevería la osadía de decir que sí (o eso espero), y ¿variopintas? jajaja sin duda, porque lo raro es ser normal y me encanta tenerlo siempre presente jaja (si no la vida perdería ese poco encanto que le queda).
    Ahora centrándome en esta entrada, he de decir que después de que me comentaras, sin darle mayor importancia a tu desagradable accidente, no imagine que en realidad es más de lo que pensé. Espero que en lugar de utilizar, prácticamente una armadura, no vuelva a pasar sin más y por supuesto no te haya causado un trauma jejeje.
    ¿A qué es agradable darte cuenta que tu lado infantil sigue vivo? y aún más ¿de qué hay alguien que lo comparte?.
    PDT: cuantas más costumbres tan placenteras...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya sabes que nunca me pongo en lo peor, ¿para qué?

      Gracias por tu comentario. Besos

      Eliminar