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viernes, 1 de febrero de 2013


iNMORTAL iPOD


Más duro que el último superviviente
y Connor Mac Leod juntos
Estaba desolada…había perdido mi iPod. Bueno, perdido no, no recordaba donde lo había puesto, que no es lo mismo. Pero de esto ya hacía más de una semana. Levanté toda la casa. Rebusqué por todos los rincones, por todos los bolsos, bolsillos, carteras… pero nada. ¡¡¡NOOOO!!!! Grité a los cuatro vientos, y la oscuridad se cernió sobre mí. Puede que para otros no sea tanta tragedia, pero mi iPod llevaba conmigo desde que me lo regalaron por mi cumple, en agosto del 2005 (8 añazos dándolo todo, en lo bueno, en lo malo y en lo peor); e iba conmigo a todas partes: a la compra, en el metro, en los viajes, a la playa, a hacer ejercicio… incluso, a veces, lo usaba en casa, mientras fregaba los cacharros (siiiii, soy una pobre proletaria que no tiene friegaplatos) o pasaba la aspiradora. 

Pues eso. Llevaba casi dos semanas buscándolo, hasta que un día recogiendo del tendedero unos pantalones de ir a la nieve (sin cremalleras, ya lo digo ahora para los listillos de turno), noto algo en el forro del bolsillo. Palpo rápidamente: pequeño, duro, plano… ¡NO! ¡NO! ¡NO! Ya sabía lo que era. Rápidamente le doy la vuelta a los pantalones mientras mascullo de todo: me cago en la leche, me cago en Satanás, me cago en todo, me cago en mi puta calavera, ya verás, ya me vale… Y por fin sale a la luz. ¡¡¡JODER, JODER, JODER!!! Salgo pitando de la terraza, cual correcaminos perseguido por coyote, derrapando en todos los umbrales de las puertas, para ir a la habitación a coger el cargador. Abro un cajón, (escarba, escarba, escarba) ¡Eureka! Vuelvo al salón a grandes zancadas, con el moribundo iPod en la mano, abro el portátil, conecto el cargador al ordena y con sumo cuidado enchufo el iPod, le doy a “on” y ¡¡¡CHAN CHAN!!!! La luz parpadea. Contengo el aliento, y sin sacarle ojo a esa lucecita que me indica que aún hay vida dentro de la pequeña máquina, miro el reloj del portátil: un minuto, dos minutos, tres minutos… suficiente para la prueba de fuego. Lo desconecto del cargador y le pongo los auriculares: “play”. Y como ya tenía poca cara de imbécil cuando vi parpadear la lucecita que, dependiendo del color, te indica cuánta batería te queda; ahora ya, lo que tenía era cara de gilipollas total, cuando lo primero que oigo salir de los auriculares fue una canción de Queen: “Is a kind o magic” (el colmo del recochineo). 

Me quedé tan estupefacta, atónita, ojiplática, anonadada, maravillada y más cosas que terminen en "ada"; con que el pequeño iPod, que no debe pesar más de 20 gramos, hubiese sobrevivido, agarrado en un bolsillo cual garrapata, una semana en el cesto de la ropa de sucia, luego a un lavado, a un centrifugado, a un vaciado de la lavadora; a unas buenas sacudidas que le doy a las prendas antes de tenderlas; y a la ventolera que hizo ese día. Y para colmo, como no le pareció suficiente el  haberme tenido en vilo casi dos semanas, por no saber de su paradero, tiene la desfachatez de reírse en mi puto jepeto con esa canción.

No sé cuántas canciones caben ahí dentro, pero en ese momento tendría unas 180-200, y de todas ellas tuvo que sonar “Is a kind o magic”. Pues si querido Freddie (Mercury), algún tipo de magia lo salvó. No le encuentro otra explicación a que ese pequeño portento de la tecnología hubiese sobrevivido a semejante vapuleo. 

Aunque... tal vez haya ángeles de la guarda para los "niños pequeños" de la tecnología... Ahí lo dejo.

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